martes, 2 de mayo de 2017

Hablemos sobre el bullying: ¿Qué nos falta por avanzar en su estudio?


Hoy (Día mundial contra el acoso escolar) es un día para reflexionar sobre el bullying. No, no voy a hablar sobre 13 Reasons Why. Hoy hablaré sobre el acoso escolar, más específicamente reflexionaré sobre algunas problemáticas en su estudio en México. Pero antes de comenzar a hablar sobre el bullying, creo conveniente primero partir de ciertos supuestos:


  1. El bullying es un tipo de violencia interpersonal, por lo tanto, puede ser expresado en cualquier contexto y en cualquier etapa de la vida (siempre y cuando haya un proceso de socialización previo).
  2. El concepto de bullying ha sido bien definido, y la definición original propuesta por Olweus es ampliamente utilizada y aceptada por la comunidad científica internacional (Green, Felix, Sharkey, Furlong, y Kras, 2013; Olweus, 1993; Vivolo-Kantor, Martell, Holland, y Westby, 2014). Incluso las investigaciones en México concuerdan con la definición propuesta por Olweus sobre el bullying (García Montañez y Ascencio Martínez, 2015; Marín-Martínez y Reidl-Martinez, 2011).
  3. Según su definición original, se menciona que alguien sufre de acoso cuando: es expuesto a acciones negativas por una o más personas en repetidas ocasiones a lo largo del tiempo, y donde se excluyen casos en los cuales dos jóvenes de igual fuerza física o fortaleza psicológica se agreden (Olweus, 1993; p. 9). Partiendo de esta definición clásica podemos apreciar que el acoso escolar está definido por tres componentes básicos: 1) una intencionalidad de causar daño (por lo tanto, excluimos aquellas conductas agresivas que nacen del juego); 2) qué ocurre por un periodo prolongado de tiempo (por lo tanto, quedo excluido insultar o lastimar a un alumno si solo ha pasado una vez); y 3) un desbalance de poder entre víctima y agresor (por lo que también excluimos peleas entre alumnos con igual fuerza). Por lo tanto,
  4. Todo acto agresivo que no cumple esta definición y estos tres componentes no sería acoso escolar, sino otro tipo de violencia, como la victimización por pares, o la violencia escolar. Lo cual no es de menor importancia (pues sigue siendo violencia y sigue teniendo efectos), pero no son lo mismo que el bullying. Por cierto, insisto y les exhorto a investigar sobre las diferencias bien claras y bien definidas entre acoso escolar y violencia escolar. Son conceptos bien diferenciados, que nacen de contextos diferentes, así que no utilicen de forma intercambiable el término bullying y violencia escolar, porque no son lo mismo.

Una vez definido los supuestos anteriores comenzaré con mi breve pero fundamentada reflexión sobre el estudio del acoso escolar, los cuales podemos resumir en cuatro puntos:

1. No se ha prestado atención a este fenómeno en todos los niveles educativos.

Ya antes había hablado de ésto en otro blog, pero vuelvo a mencionarlo porque la situación sigue siendo vigente. Y es que existen estudios de forma internacional que señalan esta deficiencia. Por ejemplo, DiboMicucci y sus colegas (2015) demostraron que los estudios a nivel internacional prestan muy poca atención al acoso escolar en niveles superiores. En su estudio observaron de todos las investigaciones realizadas sobre bullying, un 65% de ellas se enfocan en educación primaria, una 31% se enfoca a nivel medio superior, y solo el 4% a nivel superior. En México el panorama no es tan diferente, según un reporte realizado por Valdés Cuervo et al. (2016), un 52.8% de los estudios sobre bullying en México se enfocan en el contexto de la educación básica, un 39.6% a nivel medio superior, y solo un 7.6% a nivel superior. Esto es importante, porque quiere decir que se está dejando de lado un sector de la población. Y si tomamos en cuenta que las formas de expresión de agresión cambian conforme la edad (Björkqvist, Lagerspetz, y Kaukiainen, 1992), quiere decir que nuestra comprensión del acoso escolar en adultos jóvenes no es la suficiente

2. El cyberbullying no es un fenómeno diferente al bullying cara-a-cara, sino una modalidad

Varios autores han señalado este punto. No por nada los buenos instrumentos de acoso escolar también evalúan cyberacoso. El ciberacoso es una modalidad del bullying, con algunas dinámicas muy propias, pero una modalidad al fin y al cabo. Algunos incluso señalan que es un tipo de agresión relacional o indirecta. Esto queda de manifiesto en varias investigaciones, pero para simplificar citaré el estudio de Modecki et al. (2014) donde realiza un meta-análisis sobre la prevalencia del bullying y cyberbullying. Modecki y su equipo sintetizan 80 investigaciones sobre bullying y cyberbullying y llegaron a las siguientes conclusiones: el bullying y cyberbullying se correlacionan de forma significativa. Además, la prevalencia de cyberbullying es menor a la del bullying tradicional (15% y 35% respectivamente), por lo que concluyen que esto es debido a que al cyberbullying es una manifestación del bullying cara a cara, y no un fenómeno independiente. Esto es importante, porque tenemos que considerar el no estudiar el cyberbullying como un fenómeno aislado, sino en conjunto con el bullying cara a cara, pues como se aprecia, es un indicador de la existencia de bullying tradicional.

3. Es necesario más estudios: en grupos vulnerables y de corte cualitativo

Es importante recalcar que el estudio de bullying se ha enfocado mucho en grupos normativos, y poco en grupos vulnerables. Sin embargo, en México destaca el trabajo de Baruch Domínguez y sus colegas (2016) donde exploran el bullying homofóbico en México en la primera Encuesta Nacional de Bullying Homofóbico, donde destacan problemas como el acoso no solo en la escuela, sino en el trabajo, y donde los docentes y directivos, simplemente hacen nada. Sin duda una forma de abordar a profundidad estos grupos o las sutilizas del acoso escolar es desde la perspectiva cualitativa, de la cual, hacen falta más investigaciones con diseños cualitativos (Dibomicucci Brazil et al., 2015). Pero siendo sinceros, estudios cualitativos bien realizados (no estudios cuantitativos mal hechos que quieren pasar por estudios cualitativos). Como por ejemplo, el estudio de Brock y sus colegas (2014), donde a partir de un estudio de caso demuestra a profundidad las sutilizas que el bullying relacional o indirecto puede alcanzar a nivel universitario entre las mujeres.

4. No desarrollemos nuevos instrumentos, mejor utilicemos los buenos que ya existen

Me he cansado de ver como todas las diferentes investigaciones de bullying en México utilizan sus propios instrumentos. Ninguno utiliza instrumentos internacionalmente aceptados como el Olwues Bully/Victim Questionnaire, el Swearer Bully Survey, el Reynolds Bully Victimization Scale o el California Bullying Victim Scale, los cuales han sido señalados como instrumentos que sí evalúan todos los componentes del acoso escolar (Vivolo-Kantor et al., 2014). Pareciera que en México todos intentan proponer sus propios instrumentos. Y por si fuera poco, ninguno mide realmente bullying, puesto que ningún instrumento estandarizado en México evalúa el desbalance de poder (Gámez-Guadix, Villa-George, y Calvete, 2014; Marín-Martínez y Reidl-Martinez, 2011), por lo que los instrumentos adaptados seguramente están evaluando victimización entre pares o en su defecto violencia escolar. Además, el que cada grupo de investigación tenga sus propios instrumentos, hace que la sintetización de las investigaciones (en revisiones sistemáticas o meta-análisis) sea más complicado de realizar. Sinceramente creo que los investigadores en México no deberían estar desarrollando nuevos instrumentos, sino adaptando los instrumentos que realmente miden bullying de forma adecuada, para que sean válidos en nuestro contexto.

Conclusión

El estudio del bullying en México y el mundo ha avanzado bastante. Ahora incluso disponemos de modelos predictivos, sin embargo, hay ciertas deficiencias que aún necesitamos atender. En primero, prestar atención a otros niveles educativos además de los niveles básicos, como el nivel superior o incluso posgrado; y evaluar junto con ellos formas de expresión recientes como el ciberacoso, sobre todo en niveles educativos donde los alumnos ya tienen un acceso libre al internet y a celulares. En segundo, debemos estudiar otros grupos especialmente vulnerables; y utilizar metodologías que nos permitan profundizar y comprender las sutilizas el acoso escolar. Y finalmente, y quizás lo más importante: utilizar instrumentos que realmente midan acoso escolar, y dejar de proponer instrumentos “nuevos” y que en realidad miden violencia escolar.

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ResearchBlogging.org Baruch-Dominguez, R., Infante-Xibille, C., & Saloma-Zuñiga, C. (2016). Homophobic bullying in Mexico: Results of a national survey Journal of LGBT Youth, 13 (1-2), 18-27 DOI: 10.1080/19361653.2015.1099498

Björkqvist, K., Lagerspetz, K., & Kaukiainen, A. (1992). Do girls manipulate and boys fight? developmental trends in regard to direct and indirect aggression Aggressive Behavior, 18 (2), 117-127 DOI: 10.1002/1098-2337(1992)18:23.0.CO;2-3

Brock, C., Oikonomidoy, E., Wulfing, K., Pennington, J., & Obenchain, K. (2014). “Mean girls” go to college: Exploring female–female relational bullying in an undergraduate literacy methods course. Peace and Conflict: Journal of Peace Psychology, 20 (4), 516-535 DOI: 10.1037/pac0000035

Dibomicucci Brazil, M., Basso Meneghini, V., de Souza Costa, P., & Lemes, S. (2015). School Bullying Profile: a Bibliometric Study From 2000 To 2013. International Research Journal of Education and Innovation (IRJEI), 1 (3), 120-131

Gámez-Guadix, M., Villa-George, F., & Calvete, E. (2014). Psychometric Properties of the Cyberbullying Questionnaire (CBQ) Among Mexican Adolescents Violence and Victims, 29 (2), 232-247 DOI: 10.1891/0886-6708.VV-D-12-00163R1

García Montañez, M. V., & Ascencio Martínez, C. A. (2015). Bullying y violencia escolar: diferencias, similitudes, actores, consecuencias y origen. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, 17 (2), 9-38

Green, J., Felix, E., Sharkey, J., Furlong, M., & Kras, J. (2013). Identifying bully victims: Definitional versus behavioral approaches. Psychological Assessment, 25 (2), 651-657 DOI: 10.1037/a0031248 

Marín-Martínez, A., & Reidl-Martinez, L. M. (2011). Validación Psicométrica Del Cuestionario “Así Nos Llevamos En La Escuela” para Evaluar el Hostigammiento Escolar (Bullying) en Primarias. Revista Mexicana de Investigación Educativa, 18 (56), 11-36

Modecki, K., Minchin, J., Harbaugh, A., Guerra, N., & Runions, K. (2014). Bullying Prevalence Across Contexts: A Meta-analysis Measuring Cyber and Traditional Bullying Journal of Adolescent Health, 55 (5), 602-611 DOI: 10.1016/j.jadohealth.2014.06.007

Olweus, D. (1993). Bulying at school: What we know and what we can do. Wiley-Blackwell.

Valdés Cuervo, Á. A., Alcántar Nieblas, C., Tánori Quintana, J., y Torres Acuña, G. M. (2016). Apuntes y análisis de la investigación acerca de la violencia enrte estudiantes en México. En R. García Flores, S. V. Mortis Lozoya, J. Tánori Quintana, y T. I. Sotelo Quiñonez (Eds.), Educación y Salud: Evidencias y propuestas de investigación en Sonora (pp. 70–78). Sonora: Instituto Tecnológico de Sonora.

Vivolo-Kantor, A., Martell, B., Holland, K., & Westby, R. (2014). A systematic review and content analysis of bullying and cyber-bullying measurement strategies Aggression and Violent Behavior, 19 (4), 423-434 DOI: 10.1016/j.avb.2014.06.008

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